Un cigarrito en la salida
Cuento breve de UC
El pucho en mi familia es un miembro más. Mamá y papá fuman todo el tiempo. Mi hermano mayor lo hace a escondidas de ellos y pronto será mi turno. Fumar tiene lo suyo, hace que las personas se vean más intelectuales. Vi a varios periodistas, escritores, actores de cine y personas en la calle con un cigarrillo que les da como un cierto poder. No lo sé, pero se ve bien.
El pucho en mi familia es un miembro más. Mamá y papá fuman todo el tiempo. Mi hermano mayor lo hace a escondidas de ellos y pronto será mi turno. Fumar tiene lo suyo, hace que las personas se vean más intelectuales. Vi a varios periodistas, escritores, actores de cine y personas en la calle con un cigarrillo que les da como un cierto poder. No lo sé, pero se ve bien.
Hace algunos
meses le dije a mi hermano que me enseñara, encendimos uno y al aspirar me atoré.
Me dijo que esto siempre pasa cuando uno inicia. Quiero tener unos años más
para poder presumir mi puchito en la calle o en la casa o en cualquier otro
lugar.
Todo estos
pensamientos vienen a mi mente mientras aguardo a papá. Esta mañana me dijo que
pasaría por mí en escuela. Ya casi es la una de la tarde y aún no llega. Típico
de él. Estoy sentado en una banca del patio principal y miro como de a poco se
va vaciando. Se siente el silencio cada vez más.
La Chave, la señora
robusta del kiosco, sigue ahí. Me acerco y le pido el dulce en forma de
cigarrillo. Le pregunto si le llegó el que tiene sabor a chocolate. Me responde
que no. Ese es mi favorito. Compro el que hay y lo retengo por un momento entre
dos dedos. Lo llevo lentamente a mi boca. Aspiro, lo aparto
y exhalo.
- ¿Otra vez
practicando?
- Sí Chave,
no quiero verme un novato el día que tenga uno encendido.
- Cuando ya
tengas la edad suficiente, te voy a recomendar unas buenas marcas y te voy a
vender baratitos.
La miro y
saco una sonrisa. La Chave me entiende. Retorno a la banca y espero. Me gusta
practicar con este dulce. De lejos se ve como un pucho de verdad. A veces me
compro unos cinco o seis para hacer lo mismo a solas en mi cuarto, frente al espejo.
***
Mi dulce ya
se terminó. La Chave ya guardó todas sus cosas del kiosco y solo están las
barrenderas que limpian el patio para el siguiente turno. Una de ellas acaba de
ingresar al aula donde pasé biología, en la última hora, antes que toque el
timbre de salida. La profe no borró la pizarra en donde escribió recomendaciones
para cuidar los pulmones. Nos dijo que si no queríamos morir con alguna
enfermedad respiratoria teníamos que “Hacer ejercicio”, “pasear por bosques” y
“evitar fumar”. Son tonterías.
El ruido de
una bocina termina con el silencio. Es mi papá. Lo veo desde la banca.
Desciende del coche, toma su saco y lo coloca en su hombro izquierdo. Saca un cigarrillo
que tenía en el bolsillo de su camisa y
se lo lleva a sus labios. Tiene otro reposando sobre su oreja derecha
aún sin encender. Se acerca a mí y mientras lo hace me imagino que seré como él
cuando sea grande.
Está con la camisa afuera, con un par de botones abiertos, despeinado, desarreglado más que de costumbre.
- Perdón,
hijo. Había mucho tráfico. Y ya sabes, el trabajo y demás.
Me daba igual
lo que dijera, ya estaba acostumbrado a sus excusas. Yo también me inventaba cualquier cosa cuando llegaba tarde a casa o a otro lugar.
Se acerca y
me besa la frente. Hay un olor distinto al de costumbre, es una mezcla entre cigarrillo,
alcohol y un perfume que no era ninguno de los que usaba mamá. Era dulce y
fuerte.
- ¿Y cómo te fue, qué avanzaron hoy en la clase de
biología?
- Hoy no
pasamos clases. La maestra no vino. Tuvimos la hora libre.
Me levanto de
la banca y empiezo a caminar junto a él con dirección al coche mientras papá
enciende su cigarrillo. Aspira, bota el humo y responde con un simple “Ahh… que
bien”. Antes de ingresar al auto da un par de billadas al pucho y lo tira en la
acera. El fuego aún agoniza en el suelo.
Ingresamos al
auto y ese perfume desconocido también estaba ahí. No sé qué decir o sobre
qué hablar. Ya estábamos acostumbrados a esos silencios. En casa todos somos de
pocas palabras. Enciende el motor y abro la ventana para ver lo que ocurre
afuera.
Papá da la
vuelta en la esquina y veo a la profesora de biología apoyada a un poste y con
su maleta en el suelo, la misma que vi en clases. Encendía su cigarrillo. Mira el auto y me reconoce. La
miro. Agita su mano. Hago lo mismo.
Mientras avanzamos más la pierdo de vista. Continúa agitando su mano.
¡Bravo! ... hace llorar... pero bravo!
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